Cañón del atuel
CAÑÓN DEL ATUEL
El Cañón del Atuel es una profunda grieta de 42 kilómetros por la que corre el río que le da el nombre, en el sur de Mendoza, con dos paisajes totalmente distintos. La zona alta es yerma y desértica, y allí el río es sólo un hilo de agua o está ausente entre paredones de cientos de metros con rocas multicolores y numerosas geoformas, pero en el otro extremo, tras un desnivel de unos quinientos metros el torrente corre celeste y espumoso, bordeado de verde, con fuerza suficiente para la práctica de rafting y mucha presencia humana.
La base ideal para una visita turística es San Rafael, desde donde se puede ir a cualquiera de los extremos del cañón para iniciar el recorrido, pero si se empieza por la parte más alta, en Villa El Nihuil -como lo hizo CSM– hay que dedicarle un rato a la Cuesta de Los Terneros, unos 50 kilómetros antes y sobre la Ruta Nacional 144. Tras pasar un trecho sinuoso entre grandes rocas en subida, se llega a un mirador desde donde la ruta baja abruptamente en una larga recta por la llanura. Esa cima, a unos mil metros de altitud es un mirador ideal que permite apreciar, casi en el horizonte sur de la extensa planicie ocre de pastos secos, una gran rajadura en la tierra, un foso oscuro, que es el extremo más alto del cañón.
En ese lugar la grieta es agreste y profunda, en un marco ambiental desértico, con rocas peladas y multiformes que refractan el despiadado sol de uno de los cielos más diáfanos del país. En la otra punta hay un valle húmedo, con un río de rápidos y aguas cristalinas, bordeado por el fresco verde de los sauces llorones, a cuyas sombras crece el pasto tierno y los turistas improvisan picnics y campamentos.
Villa El Nihuil, que en lengua huarpe significa «el paso», es un lugar ideal para disfrutar del gran espejo de agua de su dique, con el Parque Volcánico La Payunia como telón de fondo tras la otra costa. Cuando nieva sobre esa reserva, que es la de mayor concentración de volcanes del Mundo (1), se ven los conos blancos entre las franjas azules del lago y del cielo, que conforman una hermosa postal para quienes llegan a la Villa.
EL RÍO SIN RÍO

Al salir de Villa El Nihuil, un punto recomendable para admirar la majestuosidad de los precipicios es la Garganta del Diablo, al borde de una explanada natural a la que se puede llegar con vehículo desde la ruta, llamada el Mirador de la Virgen, en cuyo centro colocaron una imagen de la Virgen María. Allí asombra la profundidad del estrecho cañón, con un fino curso de agua y pequeñas piletas donde abrevan algunas aves, la mayoría zancudas y algunas rapaces.

El cañón es el producto del constante embate del Atuel sobre una formación precámbrica cubierta por sedimentos en el paleozoico, de 250 y 400 millones de años de antigüedad. Esa erosión, combinada con la actividad volcánica, los vientos y las lluvias generó un corredor con profundos precipicios y rocas gigantescas de variados colores y curiosas formas, bautizadas según su similitud con objetos conocidos o según la imaginación de quien le puso el nombre.
Tras descender un centenar de metros mediante esos caracoles, la ruta cruza el cauce casi inexistente en un zona baja, donde no pueden circular vehículos largos y de chasis bajos, como colectivos, ya que quedarían trabados con las ruedas virtualmente en el aire debido al vértice muy agudo de esa cuneta en el fondo del cañón.
GEOFORMAS

Luego se entra en la grieta que se avistaba desde la Cuesta de los Terneros y aparecen las primeras formas líticas que disparan el imaginario popular. El guía señala un montículo gris que, asegura, semeja una manada de elefantes, por lo que lleva ese nombre; muy cerca, una erguida piedra blancuzca fue bautizada como El Búho, pero ésta sí se parece a ese ave y hasta tiene dos huecos que parecen sus ojos.

Al llegar a la Usina 1 está uno de los tres lagos artificiales del cañón, el Aisol; el segundo, Tierras Blancas, está en la Usina 2, con sendos grupos de sauces cuyo verde se destaca sobre el paisaje rocoso de tonos rojizos y ocres. El cerro Carbonilla aparece como el más oscuro del cañón, compuesto por lutitas, entre las que predomina la negra, aunque su mezcla con la pizarra y la calcárea genera variados tonos de fondo bruno.
Luego comienza la parte más colorida y entretenida del cañón, donde está la mayoría de sus cerca de 180 geoformas más curiosas. Así, en cada curva y a ambos lados surgen en tonos rojos, azulados, plomizos, amarillos o blancos La Radio Antigua, Los Ositos Cariñosos, El Pingüino, El Sillón de Rivadavia, El Lagarto, El Muñeco Michelin o El Astronauta, La Anciana o La Abuela, El Hongo, La Ciudad

Encantada, Los Panqueques o Las Hamburguesas, Los Monjes o el Lomo de Dinosaurio y Los Castillos o Bosque de Coníferas, entre otros nombres que cambiarán para una misma forma según el lugareño que lo muestre.
Al pasar la tercera central hidroeléctrica en un resquicio del camino aparece el Cañadón Negro o de Los Toboganes, donde entre unas paredes de roca monumentales hay unos desniveles naturales y lisos, sobre cuya arena es posible practicar sandboard. Después, las blandas piedras calizas sobre la derecha del cañón, en tonos pastel que viran del rojizo al amarillo con vetas verdosas y azuladas, crean una de los mayores conjuntos geomórficos del trayecto: El Museo de Cera o Castillos Medievales.

VALLE GRANDE

Una formación oscura emerge casi en el centro del lago: El Submarino, aunque por sus bordes erizados también podría comparársela con el lomo de alguno de los saurios que habitaron la región y cuyas reproducciones se muestran en los museos locales. El fuerte viento forma corderitos que le dan espontáneos matices blancos al espejo de agua y se confunden con las estelas de catamaranes y botes a motor.

Junto a la presa hay varios establecimientos, entre ellos confiterías que permanecen abiertas hasta la noche, con miradores que brindan variadas vistas panorámicas del valle. Aguas abajo, hay prestadores de turismo aventura, rafting, cabalgatas, canotaje, rappel, cuatriciclos, senderismo y parapente, entre otras opciones.

Esa calma que acompaña el trinar de los pájaros, es alterada esporádicamente por los gritos de turistas que pasan en los gomones de rafting, a quienes los guías los hacen sentirse argonautas en un viaje sumamente riesgoso, aunque el nivel de dificultad del Atuel está entre los más bajos, por lo que también se puede disfrutar del paisaje
Luego, la ruta se aleja del río y del cañón rumbo a San Rafael y atraviesa Rama Caída, una zona de chacras donde los pequeños productores ofrecen sus embutidos, dulces, licores y vinos para degustar y para la compra, además de artesanías representativas del lugar.- (CSM)